Una jornada de 18 horas en absoluto es envidiable (aunque ya se sabe que estamos en la era del workaholismo, de yo "soy la que más trabaja y más hace", de las superwoman y demás especímenes dañinos) y sobre lo de la responsabilidad, sinceramente, bastante tengo con ser responsable de mí misma y de un negocio incipiente. Pero lo del maquillaje y la impecabilidad de mi atuendo...ains, eso sí que me encantaría.
En mi caso, con los tacones sigo la filosofía "loubutinera" del SIP (por si alguien no quiere pinchar el enlace, Síentate Y Presume), y no entiendo pasearse por un aeropuerto en estiletos de 12 cms, ni correr por los andenes de metro y tren, ni recorrer distancias de más de 15 metros. Además, con una brocha soy mejor pintando cuadros que maquillándome. Y en cuanto a la peluquería, la genética me dio un pelazo de naturaleza indefinida "ni sí ni no, sino todo lo contrario", pero no la habilidad de saber dominarlo.
Por lo tanto, eso de levantarse a las 5.30 de la mañana, coger un tren o avión para ir a una reunión a las 11.30 y llegar perfecta y estupenda cual fresca flor, con un maquillaje impecable, un peinado estupendo y unos taconazos de serie incorporados, como que no.
Porque mi cruda realidad y lo mejor que lo sé hacer es ir a la peluquería el día anterior y rezar para que mi pelo aguante en condiciones, maquillarme atendiendo a mi escasa pericia media hora antes de llegar y viajar en cómodas bailarinas, con los tacones en una bolsita ideal dentro del bolso, listos para cambiármelos en cuanto me suba al taxi que me lleve a la reunión.
Como dice Adele, They make believe that everything is exactly what it seems. Y no lo es, casi nunca lo es.
Bss!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario :-)